Estaba sentado en la salida de emergencia, un vuelo de 9 horas por delante y nadie a mi lado, iba a ser un vuelo tranquilo. De repente la azafata me preguntó si ese asiento de al lado estaba vacío y lógicamente le dije que sí. Al poco rato volvió con una mujer de unos cuarenta años y poco menos de dos metros de alto. El pasillo parecía de juguete ante su presencia y su cara transmitía una clara incomodidad y cierto enfado. Al ver un asiento donde poder estirar las piernas esbozó cierto amago de alivio, pero sin apartar esa mueca de incomodidad de la persona que se siente diferente, observada. Curiosamente ayer veía una película de dibujos animados donde una chica crecía desmesuradamente al entrar en contacto con una substancia extraterrestre, convirtiéndose en un “monstruo”. Una criatura que sólo por su tamaño, pasó de ser angelical y querida a abominable y repudiada. La mayoría de nosotros nos hemos sentido alguna vez así, porque la crueldad que nos rodea tiene cotas increíbles. Hemos sido el largo o el enano, el flaco o el gordo, el de la nariz grande o el de los dientes desordenados… el feo. Claro que también otros habrán sido el guapo, el fuerte, el atleta, la modelo. Todos despiertan miradas alrededor, todos generan comentarios, los primeros de risas, de crueldad; los segundos de admiración y, muchas veces, envidia. Todos, absolutamente todos, son víctimas. Víctimas de una sociedad que frena el juicio en la forma y no en el fondo. Víctimas de una escala de valores desequilibrada, estéril y perniciosa.

Jejejejejejeje. Yo no sé arrugas, pero esto de la calva lo llevo un poco mal, aunque siempre me he considerado en el grupo de los monstruos.
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