jueves, 2 de junio de 2011

...sólo una partida de ajedrez

Yo tendría once años y mi padre dos trabajos. En uno descansaba el fin de semana, pero doblaba turno en el otro. En este segundo, descansaba los lunes, con lo que la tarde del lunes era la única que podía descansar algo, pues sólo trabajaba ocho horas, cuando el resto de los días trabajaba una media de catorce o quince. Aunque uno de los trabajos era al lado de casa, prácticamente no lo veía.
Los lunes, después de la jornada de mañana, llegaba comía y se echaba una siesta. Yo llegaba a las cuatro y media del colegio y él muchas veces no estaba, porque mantenía un pequeño huerto para que tuviéramos comida fresca y baratita. Él llegaba, me saludaba y se sentaba a leer, o a hacer algunas cuentas de cómo iban las cosas. Yo mientras hacía mis deberes de clase. Había calma, y dos personas concentradas. En realidad tres, porque mi madre hacía tareas de costura casi siempre sentada a nuestro lado e iba ojeando los progresos de uno y otro con una suave sonrisa.
Cuando terminaba mis deberes no me iba a jugar con los amigos; ese día no. Ese día mi padre tampoco pretendía salir al bar con unos amigos, o dedicarse a hacer cosas que deseara en todo ese tiempo en el que sólo podía pensar en trabajar. Ese día él sacaba un viejo tablero de ajedrez con piezas de plástico, algunas de ellas ni siquiera emparejadas con las otras, las disponía sobre aquel tablero con el canto roto  y me retaba a jugar. Claro, primero me enseñó cómo hacerlo. Lo básico. Luego fuimos aprendiendo los dos. Yo me aficioné y seguí jugando con amigos, pero durante mucho tiempo mi mejor partida fue la que jugaba los lunes. No recuerdo como acabó aquel rito familiar, seguramente yo comencé a no darle tanta importancia y él jamás me reprochó que lo dejara. Hoy miro atrás y recuerdo aquello. Hacía años que no lo recordaba. Lo escribo aquí porque no quiero que se me vuelva a olvidar. Si alguna vez tengo un hijo espero tener ese momento tan especial con él; pero eso es sólo hablar de futuro. Se me ocurre que en el presente, quizá a alguien que dispone de mucho tiempo, ahora que está jubilado, y que habrá olvidado cómo se mueven las fichas, le apetezca que un poco de mi tiempo, de ese poco tiempo que a todos los adultos nos dejan las obligaciones, lo dedique a lo verdaderamente importante, una partida de ajedrez.


Dedicado a las DOS personas más importantes de mi vida. Mis padres.

3 comentarios:

  1. ¡Buenísimo, Luis! A mi me enseño mi hermano de niño y jugué mucho con un amigo de la infancia. Hoy, desde hace algo más de un año, y tras casi 30 años desde nuestra última partida, seguimos jugando online por playchess. Por supuesto, en Buenos Aires tengo un tablero con el que estoy enseñando a mis hijos y jugando con ellos cuando voy por allá. ¡De momento les gusta mucho! Abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Increible Luis... cuando tienes el tiempo no lo valoras... y cuando no lo tienes se echa muchisimo de menos.
    Cuando por circunstancias de la vida estas lejos de tus seres queridos... darias lo que fuera por sentarte con los tuyos a "jugar una parida de ajedrez" o de lo que sea... pero estar con ellos...

    Un abrazo!!! Meli ;)

    ResponderEliminar
  3. Que bueno Pablo ! El ajedrez es fantástico pero aun mejor el tipo de relación que suele crearse entre amigos que juegan juntos. Que decir de hacerlo con los hijos!

    Melisa... Seguro que tu ahora! En una nueva distancia lo vas descubriendo mas, pero esa conciencia es la que te permitirá ir saboreando cada tiempo juntos en adelante. Recuerda que yo viajo mucho y es una de las mejores enseñanzas de tanto puente aéreo.

    ResponderEliminar