jueves, 15 de septiembre de 2011

...velocistas


Hay velocistas esplendorosos. Su amplia zancada emula a los guepardos mientras acarician el suelo en algo muy parecido a un vuelo rasante. Sus músculos parecen salir de su cuerpo, generar potencia infinita a un ritmo en el límite del impulso eléctrico. No hay señales conscientes, solo un patrón inconsciente que lleva al límite esa fantástica capacidad. Son perfiles poderosos, avasalladores, explosivos. La vida en la élite es corta pues el cuerpo tiene más límites de los que ellos aprecian en su lucha contra el cronómetro y la competencia es brutal. Miradas desafiantes en la línea de salida. Juegos de egos enfrentados para obtener una milésima de ventaja que pueda ser crucial. Algunos consiguen hacer de su carrera un camino de lucro y éxito y con suerte mantienen los réditos durante un periodo importante de su vida. La mayoría no. Acaban enfrentándose a otros ritmos de vida, carreras mucho más largas, de fondo, molestas y desconocidas para estos corredores de alta velocidad.
En la vida siempre he preferido las carreras de ritmo sostenido. Aquellas que dan tiempo a chequear tu interior y regular los esfuerzos. Aquellas  donde el crecimiento es continúo y no depende de la explosividad de un momento de gloria. Muchas veces he visto a velocistas pasarme como ciclones mientras miraban para atrás con esa zancada primorosa, mientras mi ritmo continuo, de aspecto cansino y poco estético quedaba muy muy atrás.  A la mayoría los encontré en el camino, lesionados en su ego, absortos tras perder su grácil estilo, desorientados al ver que trataron de correr la carrera de su vida apostando todo sólo a nueve segundos de gloria y olvidando lo demás.  Traté de hacerles ver que la meta estaba mucho más allá.

1 comentario:

  1. Hola Luis,
    Muy interesante!!! yo creo que he sido de los dos... pero durante períodos de tiempo más largos corredora de fondo... de fondo que toca fondo muchas veces... hasta tal punto que me he preguntado si existe la meta o nos la inventamos para hacer el camino más ameno.
    Un abrazo,
    Mercedes Salvador

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