miércoles, 27 de octubre de 2010

...paciencia

Parece una simple palabra, pero es mucho más. Refleja el equilibrio entre la intención y el ego, entre el deseo y el miedo, entre la niebla y los rayos del sol. Muchas veces no se reconoce como lo que verdaderamente representa, pero es como esas personas de una humanidad muy superior a su tamaño, desde fuera no imaginamos todo lo que albergan en su interior.
Es la palabra de los caídos, de los golpeados y de los que quieren avanzar. Es universal y no conoce situación donde no sea señal de cambio futuro, pero también a veces de resignación. Pocas palabras reflejan más fielmente el camino de la consecución profunda y a la vez la mayor de las justificaciones para permanecer estático, sin hacer nada por avanzar.
Como todo, los pequeños matices marcan la diferencia, y también el nivel de conciencia con que la apliquemos. La paciencia debe ser la capacidad de abstraer los deseos al día a día, de no esperar el retorno en la fecha y hora que nos dice nuestro ego, sino dejar que sea el universo quién decida la fecha de entrega… siempre después de que nosotros hayamos limpiado bien el camino a casa, sacado brillo al buzón, y abierto la puertecita para que el cartero que esté de turno no tenga ninguna dificultad en acertar el destinatario sin dar demasiadas vueltas.
Tan fácil y tan difícil. La paciencia no se tiene con nadie ni con nada, sólo con uno mismo. La paz interior la hace sencilla y natural, el desequilibrio la vuelve justificación de frustraciones y añoranza del futuro. Una de esas palabras que cuando no la usas es porque normalmente te sientes estar en el sitio adecuado.

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