sábado, 25 de septiembre de 2010

...casas de papel

Hay personas que viven en casas de papel. Viajan incansables, de ciudad en ciudad, sintiendo que cada lugar podría ser aquel donde vivir toda la vida. Consiguen reconocer a un amigo en la recepción de un hotel, la barra de un pub irlandés, o en aquel deportista con el que coinciden de casualidad en ese parque cercano que encontraron para correr. Reconocen a un amor interminable en la mirada tímida al otro lado del supermercado, en la sonrisa breve de la joven del restaurante o en la risa sincera provocada  en esa huésped con la que coinciden en un inmenso ascensor.  A esas personas, hombres y mujeres, las imagino viajando con la casa a cuestas, una casa de paredes finas, sin cimientos ni pilares, que les da cobijo pero les permite seguir en ese movimiento incansable sin que el peso les hunda. Una casa de papel.
Mi casa no es así.
Mi casa es pesada, muy pesada y sus paredes son del grosor de los recuerdos de infancia, de los llantos de joven y las ilusiones de ahora. Con un hormigón  curado por el viento del dolor y la risa, del mar y la Giralda, de aquella explanada que siempre fue una gran campo de fútbol donde esparcir los sueños. Tiene cimientos que se hundieron en la tierra como garras de león, aprisionando el presente con principios, valores y familia. Cimientos de respeto, de sentido de unidad, de gratitud por personas que colaboraron más que nadie a lo que ahora reconozco al mirar a un espejo.
Yo viajo mucho también. Pero soy de maleta y postal. La maleta donde cargo lo imprescindible, donde dejo claramente mi intención de un viaje temporal. La postal no del destino, sino del origen. De mi casa de hormigón, de amor y de mar, de calor y sonrisas. De pasado y futuro, pero sobre todo de presente.
Admiro a aquellos que consiguen llevar su casa de papel a cuestas sin sufrimiento ni añoranza, sin melancolía ni la sensación de que sus paredes finísimas podrían ser un problema en las frías noches donde toda tu vida se cuela por la ventana y uno necesita un lugar cálido donde poder pasar la noche. Los admiro pero no los envidio. En esta vida global necesitamos nuestro opuesto para valorar nuestra posición. Agradezco a todos esos viajeros con sus casas de papel por mostrarme, con su ejemplo, que mis billetes siempre serán de ida... y vuelta.

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