Hay muchos matices en esas sensaciones tan dolorosas que provocan que nos afecten tanto, que nos impacten en el cerebro como una fina arma punzante, helada, una estalactita finísima que atraviesa nuestro interior, congela nuestro pulso y nos deja inmóviles. Es cierto que hay muchos, pero uno de los más duros de asimilar, al menos desde mi punto de vista, es la impotencia.
Una tarde cualquiera cuando más tranquilo estás |
Ante la impotencia, como ante la ira, la tristeza profunda o la desilusión no existe antídoto. El ser humano es una pura emoción moviendo un cuerpo material y es incapaz de evitar esos sentimientos. Cuando llegan, abriendo la puerta con un portazo y colándose en tu salón no puedes estar alerta y poner una silla impidiendo que la puerta ceda a su fuerza descomunal, sólo puedes ser consciente de que están ahí, compartiendo tu interior.
Obsérvalos. Fíjate como actúan, como se apoltronan en el sofá de tu ego y como ponen los pies encima de la mesa de tu felicidad, oscureciéndolo todo. No luches, porque los alimentarás, se nutren de ti. Cuanto más rechazo provoques, mas grandes se harán. Sólo observa. Observa hasta que entiendas que no forman parte de ti, observa hasta que tu ego no te impida mirarlos a los ojos. Entonces respira, siente dónde te duele dentro y sigue observando. Observa que eso que tanto duele no eres tú, ni siquiera es la noticia, ni la persona que tanto querías que provocó ese dolor, es sólo una emoción. Despégate de la emoción, agradece su visita, porque si está allí era porque tenías que vivirla, agradece una vez más, mírala con serenidad...y desaparecerá.
Foto tomada de: http://zefirodelcielo.blogspot.com
Cuanta razón amigo. Aún así creo que es intrínseco al ser humano, el juzgar, sobre todo las realidades que más nos cuesta asumir.
ResponderEliminarUn abrazo.