martes, 1 de marzo de 2011

...el cuento de Burtak (II)

Hola, soy yo de nuevo, Burtak. Quizá algunos ya no os acordáis de mi, pero estuve por aquí hace algún tiempo contándoos esa primera parte del cuento de mi vida (mi madre dice que hasta que tenga la edad de los mayores tendré muchas más historias que contar). No, ya sé que no han pasado cuatro años, y que aún no me toca contarles al poblado un nuevo capítulo del cuento. Hace ya un año que conté la primera parte y fue un día inolvidable. Sólo tenía ocho años, pero eso en nuestro pueblo ya significa mucho. Debemos comenzar a cuidar de los más pequeños cuando los mayores salen a cazar o recolectar la tierra, quedan pocos años hasta que comencemos a salir de caza y debemos tomarnos mucho más en serio nuestro aprendizaje, pues hasta ahora era sobre todo un juego, pero ya mi padre y el resto de los cazadores nos han comenzado a llevar en la búsqueda de animales más grandes, y aunque todavía no hacemos mucho porque es peligroso, debemos estar atentos para que no nos ocurra nada malo. Fue un día muy feliz y una gran fiesta para toda la familia.
Ayer ocurrió algo muy especial, que sin duda contaré dentro de tres años en el nuevo capítulo del cuento, porque mi vida desde ayer ya no será igual.
Cuando volvía cargado con agua como cada mañana el poblado estaba agitado. Pude ver como las madres que nos acompañaban se adelantaron y llegaron hasta un grupo de hombres. Intercambiaron unas palabras, justo después me miraron y salieron caminando hacia la cabaña de mi familia. Conforme me iba acercando a la cabaña vi que la mayoría del poblado estaba allí. Tranquilos, hablando, pero nadie gritaba ni lloraba, así que pensé que nada malo podía pasar. Cuando entré en la cabaña vi a mi abuelo tendido donde siempre solía descansar, rodeado de mis padres y de otros abuelos de la tribu. Mi madre vino hacia mí y me llevo a su lado. Yo pensaba que estaba dormido.
Burtak –me dijo mi madre. Tu abuelo está descansando y nunca más despertará. Hoy mientras estabas recogiendo el agua vinieron los espíritus del león, del elefante, de todos los animales con los que compartimos nuestra tierra, y se llevaron con él al de tu abuelo. Ahora su cuerpo se irá de nuestro lado, lo entregaremos a la tierra para que vuelva a donde vino y dé alimento al resto de plantas y animales, como ellos nos dan alimento a nosotros. Pero no te pongas triste porque su alegría, sus historias, todo el amor que nos daba, seguirán con nosotros… a través del cuento de su vida, y a través de nuestra memoria –decía mientras miraba a mi padre. Yo no quería decir nada, pero aunque ella me dijo que no, por dentro no podía dejar de estar muy triste.
Mi padre me tomó del hombro y me sacó fuera de la cabaña. El sol ya era fuerte y la sombra de los árboles casi no protegía a los animales… escondidos bajo las cabañas. Casi no podía mirarle porque me deslumbraba tanta luz, pero él se arrodilló frente a mí y me dijo:
Burtak, tu abuelo hoy me ha dicho una cosa antes de irse. Me ha dicho que está muy orgulloso de ti, que eres una persona con un alma limpia y honesta y que no hay un niño en la tribu más responsable y que ayude más a su familia, aunque a veces seas también un poco rebelde –eso creo que no lo había dicho mi abuelo, pero mi padre siempre me lo decía y esta vez creo que se le escapó de nuevo. Tu abuelo me ha dicho también que era el momento de decirte aquello que llevabas tanto tiempo esperando. Para cualquier niño sería pronto, pero tú eres ya todo un hombre y ahora que él no está, tú serás aún más importante en nuestra familia. Me ha dicho que te diga que serás un gran cazador para la tribu, y que si llegara el momento de combatir, serás un gran guerrero. Me ha dicho también que nunca dudes, que nunca dejes que te atrape el miedo, que él siempre estará cerca de ti dándote fuerzas, ayudándote en los momentos difíciles y sobre todo, disfrutando al verte crecer y convertirte en todo un gran cazador.
La verdad es que todo había sido muy triste aunque hoy el día comenzó diferente. Los mayores del pueblo me miraban de una manera especial, como cuando miraban a mi abuelo. Al principio miraba para atrás, pensando que él estaría allí, pero recordé las palabras que me dijo mi padre y vi que tenía razón. Mi abuelo no estaba detrás, pero estaba muy cerca. Fui caminando al rio y miré hacia el agua, rojiza por las piedras del fondo. Pude verme reflejado y comprobé que mi mirada también había cambiado…ahora era un guerrero de la tribu.

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