miércoles, 11 de mayo de 2011

... el domador

Ruge la bestia y el domador recuerda momentos pasados. Horas de duro trabajo, disciplinada rutina y no pocos sustos. Momentos de rebeldía interna y de reecuentro de un ser salvaje con su más profundo instinto. Hoy resuena igual. Las maderas crujen como quejándose por el ruido hueco, grave y profundo. Tiembla el techo levemente... y algún que otro corazón.
"Sería mucho más sencillo si esa llamada nunca volviera", se dice, pero sabe que es poco menos que inevitable. Lo peor no es que llegue, sino que suele hacerlo sin avisar, como una tormenta en Mayo, sin tiempo para resguardarse ni cualquier preparación. Ahora, aunque pudiera parecer lo contrario, lo más importante es mantener la calma, mucha calma. La bestia te espera, fiera, y un domador acelerado es lo último que desea ver. Puede ser habitualmente la primera decisión tomada por alguien mas novel en la difícil misión de calmar algo cuyo poder supera con creces el tuyo. Suele en esos casos ser también la última decisión tomada en una efímera vida.
Me acerco sigiloso y la veo, latiendo, palpitando, con ganas de escapar. Muestra sus garras amenazantes fuera de los barrotes. A veces me parece verlo como la imagen de un saludo inocente en una mañana de fusilamientos, en una película nunca rodada del maestro Buñuel.
Vieja conocida, amiga en tantas historias y terrible enemiga en otras tantas de señales imborrables, cosidas a fuego por los surcos que dejaron sus afiladas uñas en mi tostada piel. La miro y respiro. Asumo el ritmo que marca su respiración. Sonrío levemente y ella me mira conocedora de mi plan. Ruge fuerte y luego más débil, y seguimos respirando los dos al unísono, sólo que ahora el ritmo lo marco yo. Cada vez más suave, cada vez más lento. Me sigue mirando. Zigzaguea en su reducido espacio mostrándome la cruda realidad, diciéndome: "¿De verdad esperas que permanezca tan tranquila, día tras día, como si no fuera nada, como si todo el volcán se hubiera apagado sin más? No me contestes, ya sé que sabes que no".
Yo la observo y escucho su mensaje. Me siento lentamente mientras ella se tumba con una calma inconcebible sólo cinco minutos atrás. Cierro los ojos y me pregunto en silencio: "¿Qué hice yo para hacerla despertar con tanta fiereza?". Espero. Suena sobre mis hombros el viento del atardecer y me parece oír un rugido suave que mesa mis cabellos y me dice susurrando: "Tus barrotes son gruesos como estos que me confinan, pero tu bestia cuando despierta los destroza como una manada hambrienta. Hoy mi rugido saludaba a tu grito desconsolado de frustración".

Ahora las bestias duermen tranquilas. Un día cualquiera en la vida de un humilde domador. Otra lección.

(Bestias de cada día...cantadas por Bruce) - Atlantic City.


Fotografía de fernandomalo.blogia.es

3 comentarios:

  1. Muy chulo amigo, pero que esa fiera no pueda contigo, vale? Tampoco está mal tenerla ahí para hacernos mejorar, pero que no te domine. Acuérdate de lo que comentamos.

    ResponderEliminar
  2. Llevaba un par meses alejado de tus relatos. Ahora que te leo de nuevo la bestia vuelve a respirar tranquila ;-)

    AdS

    ResponderEliminar
  3. Gracias a los dos... siempre es un placer saber de vosotros y que las fieras están bajo control.

    Un abrazo

    ResponderEliminar