domingo, 30 de mayo de 2010

...naturaleza viva

No recuerdo muy bien en qué momento mi juventud me alejé físicamente de la naturaleza. Aquellos domingos con la familia, días de primavera de árboles con copas verde intenso y aroma de tierra húmeda por el rocío de la mañana.
Los paseos, el sonido de los pájaros, el riachuelo de agua helada donde se metían las botellas de refrescos en una cesta atada con una cuerda.
Aquellos domingos donde los amigos eran tus padres y tus primos; y los juguetes no se traían de casa, ya estaban allí.
Hoy me ha venido a la mente la imagen de unas manos pequeñas, las mías, hace años. Hundiéndose en la arena mojada y volviendo a surgir trayendo sobre ellas una erupción de vida, arena, hormigas... y hasta alguna lombriz de tierra. Nada de lo que asustarse ni sentir asco, nada más natural que la propia Naturaleza.
Árboles de troncos surrealistas, curvados y desfigurados como "El grito" de Van Gogh. Troncos para acariciar, abrazar y ponernos a prueba mientras intentábamos trepar por ellos.
Es cierto que me alejé físicamente, quizá hasta conscientemente, pero mi corazón no la olvidó y ella nunca se olvida de ti. Siempre está ahí dispuesta a abrirte los brazos si quieres volver.
El año pasado dí el primer paso al acercarme a su arena, sus olas y su mar salada. A su brisa y su rugir; a toda la gama de azules que existe y existirá.
Espérame con el rocío y la arena empapada, con la parte de mí que quedó allí.

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