domingo, 16 de mayo de 2010

...parada de metro

Él se movía cadencioso, simpático, con alguna pose de payaso infantil. Ella tenía sólo una mueca, entre perdida y cansada, mientras observaba a su paladín. Dos frases de presentación de él con una risa forzada al final, carcajada de miserias humanas y penurias de cada día y un acordeón comenzando a sonar.
De inmediato, una pandereta, aquella pandereta de plástico que todos tocamos siendo pequeños, comienza a sonar. Ella la toca produciendo un débil sonido que parece transmitir la poca energía de unos dedos cansados, de un estómago vacio, de una vida maltrecha. Para no caer, se apoya en la puerta más cercana. Él no se cae, pero aguanta los vaivenes con toscos movimientos y un baile torpón, sin perder la sonrisa ni el ritmo de la música...ella, aún con la mirada perdida, parece recordar, o al menos intentarlo, porqué están allí tras una vida, tras cincuenta años de alegrías, penas, y muchas ilusiones rotas.
Él gira, canta y se contonea cuando mi puerta se abre y salgo empujado por una multitud con prisa por llegar a quien sabe donde. Unos ríen, otros corren y algunos hacen bromas de la extraña pareja. Desde fuera se ve como la música cesa y la sonrisa sólo encuentra indiferencia. Me voy pensando que esta vez hubiera merecido la pena perder mi parada para poder haberles dado una limosna.

2 comentarios:

  1. Sentí pena al leer estas líneas...pena por "nosotros", los afortunados que subimos a ese vagón de metro día a día. Me gustaria ser capaz de recordar todos los días lo afortunado que soy, dar gracias por lo que la vida me da o me quita (será porque no lo necesitaba tanto)y sentirme feliz y satisfecho con lo que tengo. La mayoria del tiempo lo intento, intento ser feliz, intento disfrutar y compartir lo mucho o poco que tengo. Hoy me levanté desilusionado, aburrido y tuve que leer esto, para recordar que en mi parada de metro, yo hoy no tocaré la pandereta.

    ResponderEliminar