Seguro que dos ondas muy cercanas salieron disparadas en aquel momento ancestral y estuvieron incansables buscándose de nuevo, añorando tanto tiempo atrás de formar parte de la misma entidad, y en su duro peregrinar, mientras se acercaban, no dejaron de dar la chispa de vida a un cachorro de perro, calor al corazón de un oso polar, rumbo a una gaviota.
Un día esas ondas sintieron que algo les llevaba al mismo lugar, y con ellas, dos cuerpos anónimos perdidos por la ciudad. Una le lanzó a la otra un aviso luminoso a través de unos ojos verdes, y la otra sonrió desde él sabiendo que su alma gemela, millones de años después, volvía a estar a su lado. Hoy él esta lejos, muy lejos, viviendo la vida de cualquier mortal. Cansado pero sereno mira hacia el cielo y sonríe a la inmensidad. Al instante, ella se gira, respira profundo y esboza una sonrisa en medio de un sueño del que no quiere despertar. Sólo hay un océano que separa los cuerpos; prácticamente nada para dos almas gemelas que vivieron separadas toda una eternidad.
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