jueves, 29 de julio de 2010

...la única salida

Ella corría desorientada intentando no levantar demasiado la cabeza. Temía hacerlo y enfrentarse a las miradas del resto de personas. Lo había notado con el panadero, que en vez de mostrarle su habitual indiferencia, había clavado en ella unos ojos oscuros y profundos, mostrándola indefensa y desnuda en este mundo tan peligroso en que se había convertido su nuevo vecindario.
Igual con el vecino que se  cruzó en la esquina, la señora regordeta de la parada del bus, que la miraba con la misma cara de asco y desilusión que seguro le ponía a a comida que tiraba a regañadientes cuando estaba a punto de estallar; el conductor o el vendedor de prensa. ¡Ni siquiera el vendedor de prensa! Podía oir las risas salir desde la caseta donde se mantenía recluido, rodeado de papel por todas partes, y era llegar ella frente al mostrador y su semblante parecía el de un asesino en serie... o aun peor, el de un buen hombre cara a cara con el asesino en serie de su hija.
" Pero, ¿qué puedo hacer yo? Lo he intentado todo. El psicólogo me dijo que sólo yo podría cambiarlo, pero llevo meses visitándolo, esforzándome día tras día, y cada vez es peor, cada vez son mas los que me repudian. También el sacerdote, aquel curandero que fui a ver una tarde; incluso la única persona que me ha regalado una sonrisa últimamente, ese chico que siempre está jugando a baloncesto en el parque, todos me han dicho lo mismo". "Nadie te está juzgando caprichosamente, eres tú la que lo has provocado, y cada vez se hace peor."
El día pasó vertiginoso, plagado de miedo, sintiendo la ira, escondiéndose como una fugitiva, y esa noche decidió que no viviría así ni un día más. Si el problema estaba en ella, lo asumiría de una vez.
Compró unas velas, soportando la mirada inquisitiva de los chinos del bazar. Subió corriendo las escaleras y cerró violentamente la puerta tras ella. Aún jadeante puso unos cojines en el suelo, los roció con alcohol, y se sentó encima de ellos, sintiendo el penetrante olor que inundaba la sala.
Encendió las velas y las puso alrededor. Tomó un cigarrillo y le dio una calada profunda... pero no le supo a nada. Mientras, acercó la cerilla a su cara, notando el calor que desprendía.
Mientras dejaba caer la cerrilla sobre los cojines empapados de alcohol sobre los que ella reposaba notó una sensación profunda de paz y, justo después, un fuerte golpe de calor sobre su cara. Pegó un salto y vio como el sol calentaba su piel casi hasta quemarla. Estaba en la cama, empapada. Todo había terminado justo cuando le decían, justo cuando ella quiso. Había despertado.

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