jueves, 1 de julio de 2010

...contra quien?

 Es cierto que las libertades de la persona terminan donde comienzan los derechos de otra. Es cierto que no debemos perjudicar a una persona buscando nuestro beneficio. ¿Pero qué pasa si me siento pisoteado, traicionado, esclavizado en mi trabajo (en la medida que sea) y la labor que hago es un servicio a terceros? Esta situación  no es tan fácil de juzgar. Entiendo que si una persona siente que debe mostrar su desacuerdo, busque métodos para lograrlos. Infelizmente en la sociedad actual, la mayoría de las acciones para solventar un problema son proporcionales a las repercusiones de la protesta, al daño que previamente ha causado por parte de las personas que las hicieron aflorar al resto de la sociedad. Si los sindicatos del metro de Madrid hubieran realizado una nota firmada por todos sus trabajadores y la hubieran enviado a sus jefes y superiores reclamando coherencia, negociación previa, y una mesa de diálogo para llevar a buen puerto la actuación que pretendían  imponerles “por decreto”, no habrían recibido ni una mala respuesta; quizá les habría llegado el sonido de las carcajadas desde sus confortables despachos. Hemos creado un sistema en el que yo, si tengo el poder, te escucho atentamente sólo hasta el momento en que pienso que lo que dices me puede perjudicar… a partir de ahí… en mi cabeza empiezan a mezclarse sensaciones de hastío, desagrado, y superioridad… y mi reacción es la contraria, me vuelvo agresivo en mis acciones contra ti… pobre asalariado. Cuando además el servicio que se da es público, cuando esa persona que llega tarde a su trabajo no encuentra alternativa pública de transporte porque alguien decidió no cumplir servicios mínimos para hacer de su reivindicación un acto de repercusión pública internacional, a pesar de que él paga impuestos de su trabajo para subvencionar ese servicio, es difícil que pueda entender los posibles derechos que esas personas puedan tener. Pero para todos, lo que es más difícil de entender es que, sobre todo desde hace pocas décadas, la riqueza económica tienda a acumularse en unas pocas personas mientras la gran masa social va reduciendo en los momentos de crisis sus posibilidades de bienestar. Si sirve de consuelo, hace un tiempo leí que una sobreviviente del holocausto decía que sobrevivió porque la escondieron unos amigos cuando los nazis venían por ella, y que la riqueza se debería medir por el número de personas que serían capaz de esconderte, arriesgando su propia seguridad, para protegerte en una situación como esa. En aquel momento, ella descubrió que era una mujer inmensamente rica. Posiblemente, con este baremo, la pirámide de riqueza actual aparecería invertida.

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