martes, 14 de septiembre de 2010

...gracias Rafa.

El era un niño, sólo un niño, eso sí, de buena familia. Uno de esos que, sencillamente, puede elegir a los 12 años la rebeldía más absoluta, la desidia para vivir del cuento, una vida aburguesada con un trabajo burgués o la búsqueda de un sueño. Su cuarto era amplio, no como el de la mayoría de los chicos de su edad, pero las paredes si eran como todas. Repletas de estrellas, de sueños, de posters de personas que él idolatraba y en cuyas vidas se ponía una y otra vez cuando soñaba despierto. La vida del que sigue un sueño es un mundo de ilusión, pero no es un cuento de hadas. Requiere sacrificio, separarte de la vida normal de un chico de su edad, sufrir esfuerzos, envidias, rencores... pero su familia no solo era buena en el sentido económico, sino también en el de tener la suficiente inteligencia para que el sueño de un hijo no se convirtiera en pesadilla. Suele decirse que la vida te da las cartas, pero tú decides cómo jugarlas, y él decidió jugarlas con valor, con esfuerzo, pero sin perder los valores principales. La ambición no estaba acompañada de rencor, el espíritu competitivo no lo acompañaba la falta de deportividad, los sueños de ser aquellos cuerpos que colgaban en los posters nunca le llevó a mimetizar los malos gestos ni a desviar su atención de su objetivo, la gloria.
Hay un mundo paralelo de ofertas irrechazables. Una parte más de esa gran prueba que es conseguir algo que sólo algunos superdotados pueden conseguir. La prueba es gestionar las ofertas como una persona de cincuenta años, cuando solo tienes dieciocho y unas tremendas ganas de vivirlo todo.
Hoy sueña, sigue soñando. Sueña con muchos jóvenes, chicos y chicas, que sueñan con él. Imagina sus habitaciones, grandes o pequeñas, colmadas de posters de él...gritando...sudando...levantando trofeos. Imagina su cara de felicidad una madrugada cualquiera, cuando piden permiso a sus padres para ver, en la distancia una nueva gesta de él.
Luego despierta, levanta la mirada, y en la penumbra del hotel reconoce un nuevo trofeo, uno más, pero uno especial, el que le faltaba conquistar para pasar de estrella a mito, de increíble a irrepetible, de profeta en su tierra a dios en el universo. Recuerda un segundo aquella habitación tan diferente, aquella de su niñez... sonrie, y comienza a pensar en el nuevo desafío, en aquel que hará que muchas otras habitaciones del mundo sigan sosteniendo su imagen como icono e ilusión de millones de otros niños. Suerte Rafa... y Gracias!

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