martes, 16 de noviembre de 2010

...era ella (1ª parte)

Patrick paseaba frente al Prado de San Sebastián. Era uno de esos típicos días de otoño que parecen quitar sentido al tópico de la estación. Sol, luz, y muchos árboles aún saludando el pasear de todos los sevillanos que, un sábado más, se resisten a caer en las garras de una vida dirigida por el reloj. Llevaba la mente perdida, sintiendo simplemente como la cara se templaba con los rayos del sol, como su cuerpo sentía un bienestar casi purificador. Prácticamente no recordaba cuándo llegó definitivamente. Había habido algunos viajes previos, fines de semana de amigos dispuestos a un chárter de ida y vuelta y a quemarlo todo por las calles de Sevilla, otros también después de que su mejor amigo pasara unos años por la ciudad viviendo una aventura amorosa con una joven andaluza que estudiaba en la ciudad. Grandes momentos y una experiencia cercana que le hizo reflexionar sobre la posibilidad de que dos personas culturalmente tan diferentes puedan mantener algo más que una atracción desenfrenada. Después de que su amigo volviera a casa con un español típico de “guiri” y un corazón destrozado, todo contacto desapareció con esta ciudad. A pesar de todo, Patrick siempre había sentido algo muy profundo cuando pisaba sus calles, cuando reía en sus bares, cuando el sol no era más que un duro correctivo después de una noche de alcohol y chicas morenas ávidas de chicos extranjeros. Había una conexión especial con esa ciudad.
Paseaba frente a la antigua Fábrica de Tabaco cuando el sonido del tranvía le hizo despertar de todo ese devenir de pensamientos. Se giró levemente para evitar su trayectoria, aunque no fue necesario porque antes de llegar a su posición el tranvía paró. Es de esas veces que sólo giras la cabeza, que no llegas a fijar la mirada, pero la imagen llega con una nitidez fuera de lo normal. Era ella.
Habían pasado ya tres años, ahora sí podía recordarlo. Era un Otoño frio en Dinamarca y el calor provocado por los calentadores de gas en las terrazas de los pubs intentan hacer más soportable la llegada del invierno. Todos los fuegos se encendían menos uno, el de ella ya se había apagado para siempre. Sólo dos semanas después Patrick llegaba a Sevilla, sintiendo que todo lo vivido era una señal que requería algo más que una recuperación, una total purificación.
Tres años, cierto, habían pasado tres años. Es curioso como las fechas quedan grabadas a fuego cuando son tan dolorosas, mientras que a menudo olvidamos aniversarios, cumpleaños, y la mayoría de aquello que nos provoca felicidad.
Estaba claro que lo había superado, no había añoranza, ni pena, ni atracción, pensaba él, pero ese deseo que sentía por ir corriendo hasta ella, esa figura de ángel moviéndose lentamente hacia el Hotel Alfonso XIII, se empeñaba en decir lo contrario...(continuará)

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