El frío no está hecho para la sangre caliente templada por el mediterráneo. Y reaccionamos. Buscamos retiros paradisíacos, huimos de la tempestad.
Yo, sin embargo, prefiero quedarme y observar. Mirar desde el salón esas gotas de agua intentando alcanzarme, incansables, mientras yo las veo suicidarse contra la ventana y resbalar por el cristal. Disfrutar del milagro de la naturaleza, de la rebelión de las fuerzas, aquellas que intentamos controlar y devorar, pero que de vez en cuando, cada vez más a menudo, nos mandan mensajes de humildad con pequeñas demostraciones de su inmenso poder... que no sabemos escuchar.
La tarde pasa, la tormenta avanza y el clima gélido enfría mis pies... y un poco también el corazón. Con la misma calma de aquellos viejos alquimistas conocedores de mil y un remedios, yo voy en busca del mio, infalible: Bajo la persiana, enciendo unas velas y vuelvo al sofá. Ese sofá que no sólo alberga una manta que confortar mis pies helados sino también, al otro lado, unos ojos verdes y profundos, una sonrisa sincera y un corazón inmenso y generoso que templa inviernos, enmudece truenos, aplaca lluvias y sobre todo, insufla un aliento cálido de felicidad que ilumina el más gris de los atardeceres. Bendito invierno.
Precioso relato del invierno, a mi personalmente, también me gusta aprovechar la videncia interior que te dan esos días grises y lluviosos, un abrazo.
ResponderEliminarToma ya. Me parece amigo que cada vez me va gustando más el invierno. Abrígate bien con esa manta y esos ojos verdes.
ResponderEliminarUn abrazo.
:),
ResponderEliminarTAN SENCILLO COMO ESO,...
TAN COMPLICADO COMO ESO.