lunes, 12 de abril de 2010

…la melancolía y Portugal

Portugal es melancolía. Todos lo son en otoño y en invierno…pero ninguno como Portugal. La lluvia cae fina. Más que golpear, te envuelve, te acompaña, te va empapando sin que te hayas planteado siquiera salir corriendo.
El caminar pesado, discreto, recogido de las personas alrededor. Unas palabras lineales, como un Bolero de “Rabel” al que mantuvieran siempre en los movimientos iniciales, sin dejarle explotar.
El portugués es valiente, aventurero, buscavidas, inteligente. También es alegre, bullicioso, disfruta una buena velada y una filosófica conversación.
Pero no es menos cierto que se aferra a la melancolía con la frecuencia con la que un colibrí bate sus alas para no perder altura, rumbo, sentido al volar.
Esa melancolía por lo que fue, por lo que podría ser, por lo que nunca quizás será. Una expiación de sensaciones, que no de pecados; una vuelta al ser primero como base de un nuevo ciclo vital.
Si te dejas envolver, si le das la oportunidad, Portugal te hará pensar. Será en la levedad del ser, en la historia que se repite, en que la suerte es para otro y en los tiempos pasados. También en que todo es posible cuando uno se enfrenta a si mismo y a los viejos fantasmas del quiero y no puedo. Al río acelerado de una vida que salta los puentes construidos y ofrece un futuro tan calmado como el mar.

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